Por: Ana María Campos
Las relaciones de poder han marcado a lo largo de la historia la convivencia entre hombres y mujeres, niños y niñas. Tradicionalmente los hombres han ejercido dominación hacia las mujeres en diferentes ámbitos: en lo económico, social, familiar, político, cultural y religioso, entre otros. Estas relaciones son una expresión del androcentrismo, enmarcado dentro del patriarcado. El androcentrismo sitúa la mirada masculina en el centro del universo, como medida de todas las cosas y representación global de la humanidad, ocultando otras realidades, entre ellas la de la mujer.
Esta visión androcéntrica de la que habla Alda Facio, corroe en nuestros días a la humanidad dado que ubica a los hombres en una posición de ventaja intencional sobre las mujeres y en donde el ejercicio del poder (como una forma de dominación) incide negativamente en sus vidas.
Tal y como advertía Friedrich Nietzsche "el poder es la dominación de otros humanos, así como el control sobre el propio entorno del grupo o persona que ejerce el poder”.[1]
Si bien el concepto de poder es amplio y existen muchas definiciones, para este ensayo analizaremos el planteamiento de Focault quien menciona que el poder es una formación subjetiva y por ende construida socialmente y es “ejercitado con una determinada intención”. Además, afirma que “Interrogarse cómo hemos llegado a constituirnos en lo que somos, nos hace ver las sedimentaciones de las relaciones de poder que han operado sobre nosotros, formándonos de acuerdo a un patrón de subjetividad”[2].
Esto nos lleva a reflexionar que las relaciones de poder se construyen socialmente y determinan las relaciones de género en las sociedades. Como afirma Judith Butler “el género es una “inevitable invención” en la que a los hombres se les otorgan una serie de privilegios por el hecho de nacer varones, una especie de merito-gracia en la que el “clan de hombres” concede privilegios a los de su “comunidad” en detrimento de la mujeres.
La visión androcéntrica construida socialmente y unida a esta visión de privilegios hace que algunos hombres crean que tienen el poder de decidir e influir en la vida de una mujer. Lo delicado del asunto es cuando los hombres se siente con el poder para incluso arrebatarle la vida a una mujer, como le sucedió a Gisela Henríquez, de 39 años, asesinada brutalmente por su ex esposo, Luis Alberto Ángel, la madrugada del 10 de enero de 2010, por celos.
Esta mujer que deja tres hijos en la orfandad se suma a la lista de mujeres asesinadas por violencia de género y por el machismo arraigado en El Salvador y en las sociedades actuales. Cada vez se vuelve inconcebible que en nuestros días este tipo de violencia hacia las mujeres sea una causal de muerte. Esta situación difícilmente cambiará si no se impulsa un cambio en la sociedad, la familia, y de todas las estructuras que la conforman. Como menciona Celia Amorós[3] se requiere una conversión de la identidad masculina y la “renuncia de la práctica de la heterodesignación de la mujer como la otra”. Esto pasa por el respeto a la diversidad de géneros y la construcción de relaciones sociales de equidad.
Referencias Bibliográficas
[1] Friedrich Nietzsche, teorías del poder, http://es.wikipedia.org/wiki/Poder_(sociolog%C3%ADa)
[2] Retamal Christian, “Consideraciones sobre poder y dominación en la formación de la subjetividad moderna”.
[3] Amorós, Celia “Géneros e individuos: entre la interpelación y la reflexión”.
Nota: Este ensayo fue presentado en enero de 2010, en el Curso Superior de Investigación con Enfoque de Género que imparte el Centro de Estudios de Género de la UES.
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