lunes, 9 de junio de 2008

Desafiando el mito de la maternidad

Por: Lucía Escobar
La Cuerda, periódico de organizaciones de Mujeres de Guatemala
Fotografía: La autora con su hijo Joaquín

Recuerdo muy bien ese primer regalo de futura madre que recibí. Era un diario para que escribiera los momentos más trascendentes de la vida uterina de mi cría. El álbum, empastado en color azul, contenía una leyenda en la primera página que rezaba así: “Los hijos son anclas en la vida de las madres”.

Poco me faltó para salir corriendo directo a la primera clínica abortista que me topara en el camino, si no fue porque en el momento de decidir tener ese hijo estaba segura que mi caso sería distinto, y que yo no quería anclas, sino alas en mi vida.

Algunos meses después enfundada en mi depresión post-parto y con la rutina de 24 horas diarias con un chiriz colgado del pecho, recordé aquella sentencia y me sentí ingenua y algo engañada. Alguien se había apropiado de mi vida, mi cuerpo y mi tiempo sin ni siquiera percatarse, mucho menos con alguna conciencia de agradecimiento o respeto por el violento atropello a mi libertad.

Mientras tanto, el padre intentaba en vano ayudar; pero sin leche en las tetas, su aporte se reducía a cambiar pañales. Aunque, a medida que los hijos fueron creciendo, su “ayuda” se fue volviendo más concreta. Y ahí debo reconocer que me costó ir cediendo esos pequeños espacios de poder que confiere la maternidad para compartirlos con el padre.

Aun así, cada cierto tiempo, cuando paso demasiado tiempo con mis hijos, siento que me ahogo, que me aplasta esa inmensa y grande tarea que significa atenderlos sólo en su rutina diaria de comer, cagar y crecer. Y no es que sea tan cansado el hecho de ir atrás de ellos recogiendo su desorden o persiguiéndolos para cambiarlos, como si su única tarea en el mundo fuera hacer mierda la ropa recién lavada.

Lo cansado no es eso, no pertenece ni siquiera al terreno físico. Para mí, lo más agobiante de la maternidad sucede en el plano psicológico, en la energía que pierdo tratando de contestarles sus dudas y escuchar sus pequeños comentarios. Los niños, por lo menos los míos, son demasiado intensos y absorbentes, requieren y exigen de mí toda la atención posible. ¡De mí! que siempre he vivido en las nubes.

Mi consuelo es que la maternidad no es para toda la vida, al menos yo no quiero ser ese tipo de madre imprescindible, aunque me salga del molde aceptado por esta sociedad patriarcal y machista que ha pretendido reducir la vida de las mujeres a atender las necesidades de sus hijos y maridos, amparando esto bajo el velo sagrado del “amor incondicional”.

Yo me rebelo. Soy madre, pero soy mucho más que eso. Así que cada cierto tiempo, esta esclava se escapa a probar qué se siente ser libre. Olvida las crías y vuela alto -muy alto- para caer en picada y sentir el viento despeinando sus alas. A veces regresa a tiempo para contarles un buen cuento de sus viajes al mundo egoísta de la individualidad.

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